In Memorian. Alonso Zamora Vicente

Francisco MENDOZA DÍAZ-MAROTO

 

Se nos ha muerto don Alonso, y nos ha dejado más pobres, más tris- tes y más huérfanos. Había nacido en Madrid -era gato, un chaval de La Latina- el de febrero de 1916 y tenía raíces albaceteñas, a las que hizo honor en diversos trabajos como "Notas para el estudio del habla albaceteña" (1943), "Voces dialectales de la región albaceteña" (1949), "Participios sin sufijo en el habla albaceteña" (1950) y "Tomás Navarro Tomás, albaceteño ilustre" (1984). Era miembro del Instituto de Estudios Albace- tenses desde 1985 y quería mu.cho a esta Institución, con la que mantuvo frecuente correspondencia.

Estudió el bachillerato en el viejo caserón del Instituto de San Isidro (como Espronceda y tantos otros hombres ilustres), donde fue condiscípulo de Camilo José Cela. Luego pasó a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Madrid (1932-1936), en la que tuvo maestros de la talla de Ramón Menéndez Pidal, Américo Castro y Tomás Navarro Tomás. La discípula predilecta de éste, María Josefa Canellada (+ 1995), y don Alonso terminaron la carrera al mismo tiempo, "así que tuvimos que casamos", solía decir, con su peculiar humor, y ya más en serio añadía que una de las mejores decisiones de su vida había sido casarse "con una mujer excepcional en todos los sentidos". Del matrimonio, celebrado en 1946, nacieron dos hijos, que le hicieron abuelo.

La guerra le cogió con veinte años y le partió la vida, como a tantos otros. Después del brutal paréntesis, hizo oposiciones a cátedra de Instituto y consiguió plaza en Mérida (1940). Al año siguiente se doctora con una tesis sobre El habla de Mérida y sus cercanías (publicada en 1943), modelo para todos los que empezamos nuestra especialización filológica por la Dialectología. En el 42 pasa al instituto de Santiago de Compostela y en el 43 obtiene por oposición la cátedra de Lengua y Literatura Española de la Universidad Compostelana. En 1946 gana la cátedra de Filología Románica de la Universidad de Salamanca. En 1948 sucede a Amado Alonso en la dirección del Instituto de Filología de la Universidad de Buenos Aires, donde permanece hasta 1952 y funda la revista Filología. Entretanto, publica artículos y libros, algunos de narrativa, que seguirá cultivando el resto de su vida.

Los años siguientes imparte docencia en diversas universidades extranjeras: Colonia, Heidelberg, Praga, París, Padua, Lovaina, Amberes, México, Puerto Rico, Copenhague, Estocolino... En 1968 sucede a Dámaso Alonso en la cátedra de Filología Románica de la Universidad Central (luego Complutense), que ocupará hasta su jubilación en 1985. Era también doctor honoris causa por las universidades de Coímbra, Extremadura, San- tiago de Compostela, Salamanca, Alicante y Antonio de Nebrija (Madrid).

 

Académico de la Española desde 1966, fue su Secretario Perpetuo de 1971 a 1989, en que renunció, y contribuyó en gran medida a modernizar la secular Institución. De esa época data mi relación personal con él. Yo estaba matriculado como alumno libre de Lingüística Hispánica, y aproveché mi mes de permiso en el servicio militar para asistir a clase. Cuando me presenté a él tímidamente diciendo "Yo es que soy libre", le puse en bandeja la irónica respuesta: "Hombre, todos somos libres en este país". (Aún quedaba casi un lustro de dictadura franquista.)

Sus clases eran una delicia. Hablaba, con fundamento, amenidad y buen humor (combatía con él su innato pesimismo), de los temas más variados, casi siempre ajenos a la Filología Románica ya la Dialectología, las asignaturas que teóricamente impartía. Justificaba sus diarias digresiones diciendo "Ahí está mi ladrillo" (así llamaba a su monumental Dialectología española, cuya 2a ed., de 1967, tengo dedicada por él y he consul- tado tantas veces con provecho). El timbre, normalmente señal de liberación para los alumnos, para nosotros significaba fin del recreo, ruptura del hechizo.

Su cargo de Secretario Perpetuo de la Real Academia le permitía repartimos invitaciones para las sesiones solemnes de ingreso de nuevos miembros. Recuerdo muy bien las tomas de posesión de Carlos Clavería y de Fernando Lázaro Carreter, que leyó un discurso amenísimo. Como yo estaba preparando la tesina con don Alonso, una vez fui a la Real Academia a hacerle una consulta. Me recibió enseguida y, no sabiendo yo dónde colgar mi abrigo, me sugirió que lo hiciera en la percha de Tomás Navarro Tomás (que vivía en el exilio desde 1939), y comentó: "No creo que a él le moleste". También recuerdo la visita que le hice, en julio del 72, en su chalé de El Escorial, que a mí me impresionó. "Esto es un año de América", explicó, refiriéndose a su período bonaerense (quién iba a decir que años después cambiarían las tomas y con dinero español se iba a poder comprar casi cualquier cosa en la Argentina). La misma tarde, tuve también el gusto de charlar con doña Josefa Canellada, que había realizado investigaciones fonéticas en el pueblo toledano de Cebolla, donde yo había trabajado de maestro. Y no se me olvidará que, al salir yo del chalé, entraba por la puerta Marcel Bataillon. Años después, don Alonso tuvo la generosidad de comprender que mi interés por la Dialectología se había desplazado hacia la literatura oral, de modo que la tesis que yo tenía inscrita con él nunca llegaría a redactarse. (En su lugar nació, dirigida por Diego Catalán Menéndez Pidal, otra sobre El romancero oral en la provincia de Albacete.) En 1994, con ocasión de una conferencia suya en Aranjuez, después de bastantes años sin vernos, me acerqué a saludarle: "Don Alonso, soy un antiguo alumno suyo". Inmediatamente dijo: "Espera, no digas nada: Mendoza, sacaste cátedra en Albacete, hiciste la tesis sobre el romancero". No pude menos que contestar, como el personaje de Valle-Inclán: "Don Alonso, me quito el cráneo".

Zamora Vicente fue un humanista de mente abierta y curiosidad universal, un filólogo de la vieja escuela (la de Menéndez Pidal) que estudiaba con igual maestría el rehilamiento porteño, la poesía de Garcilaso, la geada gallega, el teatro de Lope o el de Tirso, el esperpento de Valle- Inclán, la obra de Cela, la historia de la Real Academia Española.. .y no se olvide que dirigió durante el último cuarto de siglo la colección de clásicos más prestigiosa del mundo hispánico: Clásicos Castalia.

Las mañanas de domingo las dedicaba a su obra narrativa, que por desgracia, a pesar de su calidad y originalidad (estilización del coloquialismo), no terminó de llegar al gran público: Primeras hojas (1955), Un balcón a la plaza (.1965), Atraque barraque (1972), Mesa, sobremesa (1980), Vegas bajas (1987), la antología Narraciones (1998), etc.

Tuvo, por último, la satisfacción -que tanto envidiamos los bibliófilos- de saber que sus muchos y queridos libros se conservarían juntos y bien cuidados, y serían útiles. En 1990 se constituyó en Cáceres la Fundación Biblioteca Alonso Zamora Vicente, a la que donó sus fondos bibliográficos, que ocupan una casa gótica del siglo XV, conocida popularmente como Casa del Mono.

Don Alonso Zamora fue bueno, como Alonso Quijano, tuvo una vida fecunda, una mala salud de hierro y una muerte dulce, en su Madrid natal, el 14 de marzo de 2006. Sir illi terra leuis.