Romance del Pernales MP3 Manuel Luna ----------
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Romance del Pernales
I
Estando Diego Corrientes
con el caballo calzado,
su hembra en el pensamiento,
con el trabuco en la mano:
-Sígueme, Luis Candelas,
sígueme por mis pasos,
que vamos a la serranía,
con el trabuco en la mano.
¿Dónde está José María,
José María el Tempranillo?
Francisco Ríos Pernales
que venga con el Vivillo.
Vamos a los cortijos,
vamos todos sin parar
a esa gente egoísta
que vive sin trabajar
a costa de los obreros,
que los quieren maltratar.
II
Francisco Ríos Pernales
está loquito de alegría,
porque había dado a luz
la su amante una chiquilla.
Días antes de su muerte,
en sus brazos la tenía:
-Hija de mi alma,
ven aquí conmigo,
que por ser yo bandolero
que tú a la España
sin lujo has venido.
Pero no te apures nena,
que este oficio dejaré,
allá fuera de España
trabajaré.
Soy joven todavía,
puedo trabajar
para darle a mi hija
un piazo de pan.
¿Qué dices tú, Concha
-decía llorando-,
qué tal te parece
lo que estoy pensando?
Lo que piensas está bien,
Francisquito de mi vida,
¿pero no piensas en irte,
que ya va siendo de día?
-Tienes razón, ya me voy,
es que ya no me acordaba
que soy aquel bandolero
que andan buscando
por toda España.
Queda con Dios hija mía,
y hasta otro día,
Concha del alma.
III
Montado en su caballo
iba el Pernales un día.
Se encontró con un barbero,
que de un cortijo venía.
Como sabía que andaba
por aquel campo
el llamado Pernales
con otros cuatro,
al ver aquel que venía
a caballo y con un rifle,
pensó que le robaría.
Ocho duros llevaba,
los que sacó
el pobre raspabarba,
y al bandolero se lo entregó.
Entonces dice el Pernales:
-Quédese usté ese dinero,
que yo no soy un ladrón
para robar a ningún barbero,
que sólo robo al que tiene
muchas pesetas,
y es usurero.

Y otra más..........

En un cortijo que existe
muy cerquita de Puente Genil,
llega una noche el Pernales
para descansar allí,
y sin llamar a la puerta
al momento la hizo abrir.

-A la paz de Dios abuelita,
hasta aquí he llegado.-
a la vez que la anciana
a sus mismos pies
caía llorando.

-No llore usted abuelita,
soy el Pernales,
no hago más que robar,
no mato a nadie.

-Robarme a mí, señor,
cómo puede ser.
No tengo dinero,
lo puede usted ver.
El amo de esta casa
un día me echa
por no tener dinero
para pagar la renta.

-El amo de este cortijo
dígame pronto quién es.
-Es don Rafael Carmona.
-Pues pronto lo arreglaré.
Lo que tengo es apetito,
y yo quisiera cenar.

-Eso lo puede usté hacer
porque la tengo
ya prepará.

Y al acabar de cenar,
aquel célebre bandido
le decía a la ancianita:
-Vaya con Dios, me retiro,
mañana al amanecer
paso a darle un recadito.

Parando el caballo
enfrente un hotel,
vio pasear
a don Rafael.
Con el revólver en mano,
le dice Francisco Ríos:
-Deme quinientas pesetas,
o le pego cuatro tiros.
Don Rafael asustado
al momento se las dio,
las mismas que al otro día,
antes de salir el sol,
se las entregó a la anciana
para salvarla
esa situación


Por una estrecha vereda
paseaba un día.
Se encontró con un anciano
que iba montado
en su borriquilla.

-Dónde va usted abuelete.-
le preguntó.
Y el abuelo seguía
su dirección.
-Apéese pronto
de la borriquilla,
no me deje solo,
me hará compañía.
Espero un compañero
que pronto vendrá,
y cuanto que venga
puede usted marchar.

Saltó el viejo de la burra
con muchísima energía,
con una navaja abierta,
y el Pernales se reía.
-Es usté un viejo valiente,
pero ahora le hablo yo en serio.
Está usted con el Pernales,
que de los pobres
no quié dinero,
que sólo roba al que tiene
muchas pesetas,
y es usurero.

El treinta y uno de agosto
será un día memorable,
tuvo lugar en la sierra
un curioso desenlace.
En los campos de Alcaraz,
que es provincia de Albacete.

Será un día desgraciado
y de mala suerte
para el pobre Pernales,
porque aquel día
se halló la muerte.
Su pobre madre llora
con gran dolor
y maldice la suerte
del leñador.
Qué hombre tan malvado,
qué mal corazón
tendría aquel hombre
que lo delató.

Era un campesino
que cortando leña
se hallaba aquel día
cerca de la sierra.
Se le acercan dos jinetes
preguntándole enseguida
por el camino más cerca
que a la sierra conducía.
El leñador muy amable
al camino les guió,
dándole un cigarro puro
y cinco pesetas
por el favor,
diciéndole: -Soy Pernales,
y hasta otro día,
quede con Dios.
Y de corazón infame,
y de muy mala intención,
marchó el leñador al pueblo
y al Pernales delató,
diciéndole iba con otro
que su nombre no le dio.

Al momento tres parejas
que había en el puesto,
al mando de un teniente,
los siete guardias
marchan corriendo.
Se internaron en la sierra
con valentía,
sin mirar que su vida
peligro corría.

Y al poquito rato
de haber caminado
ven a dos jinetes
cerca, descansando.
Al punto creía
la guardia civil
que eran cazadores
los que había allí.

Cuando ven a la pareja,
aquellos dos bandoleros
echaron manos a los rifles
y empezaron a hacer fuego.
Al punto un guardia civil
cayó gravemente herido,
y al verle,
los compañeros,
que eran valientes
y decididos,
hicieron una descarga
y dieron muerte
a los dos bandidos.

En la provincia Albacete,
en la Sierra de Alcaraz
mataron al Pernales,
también al Niño del Arahal...