-Pobrecico- decía una mujer que allí había -¿por
qué lo tuvo que matar la Guardia Civil si no había hecho
mal a nadie?
Un hombre ya mayor aseguraba que se acordaba todavía de la muerte
del bandido, cosa harto difícil por su edad que era de 75 años
y Pernales había muerto hacía más de 91 años.
Pero sacado de su error nos contó que cuando él era crío
se hablaba mucho en Villaverde de éste Robin Hood del siglo XX,
más aún teniendo en cuenta que los habitantes de este pueblo
serrano no eran bien vistos en la vecina provincia de Jaén, pues
allí eran acusados de ser los responsables con su denuncia de su
muerte.
Pude comprobar al hablar con estos aldeanos que Pernales era todavía
una leyenda viva en la Sierra de Alcaraz, un auténtico mito considerado
el último bandolero de la sierra, pues si hubo otros bandidos después,
ninguno fue tan querido y admirado por las gentes humildes. Y es que el
pueblo llano, temeroso durante muchos años de las fuerzas de la
autoridad, a quienes consideraba exclusivamente defensoras de los derechos
de las gentes pudientes, hacía héroes a aquellos que habían
conseguido burlarlas en numerosas ocasiones. Sobre todo si estos bandidos,
aún lejos de repartir el dinero que robaban, siempre se mostraban
generosos y repartían algunos cigarros e incluso algunos duros
con las gentes con quienes se cruzaban, que los consideraba paladines
de la lucha por la justicia, vengadores del pueblo, personas a quien admirar,
ayudar y apoyar.
Por todo esto decidí investigar un poco más en la vida de
Pernales y en el bandolerismo de Andalucía, un fenómeno
que no fue exclusivo de esta región española, aunque sí
fue en este lugar donde tuvo su máxima expresión por el
número de ellos que aparecieron y porque la fama de muchos traspasó
más allá de nuestras fronteras.
¿Pero, qué llevó a gentes como Pernales a echarse
al monte y ponerse al margen de la ley? La respuesta no es fácil
de hallar, pues diferentes autores han tratado de analizarla desde diferentes
perspectivas sin llegar a ninguna conclusión común. Habría
que remontarse, tal vez, a finales de la Guerra de la Independencia, en
la que muchos aventureros y maleantes se habían unido a la guerrilla
para luchar contra los franceses.
Al acabar la guerra, acostumbrados como estaban a una vida aventurera
y montaraz fue difícil someterse a las reglas de conducta social
y a la ley, o posiblemente empujados a un paro forzoso que les conduciría
al hambre y la miseria, decidieron hacerse salteadores de caminos, pasando
en muy poco tiempo de ser patriotas a ser maleantes. Aunque el comienzo
del bandidaje en Andalucía se remonta a los albores de la historia,
pues ya Diodoro, historiador griego contemporáneo de Julio César,
hablaba en su Biblioteca histórica de grupos de hispanos, especialmente
lusitanos, que eran tan pobres que unidos en grandes partidas se dedicaban
al robo y al pillaje.
La niñez de Pernales.
En un ambiente desolador de miseria y pobreza, el 23 de julio de 1879
nació Pernales en Estepa, un pueblo de Sevilla situado entre Puente
Genil y Osuna, siendo bautizado cuatro días más tarde en
la iglesia de Santa María con el nombre de Francisco de Paula José
Ríos González.
Con apenas un lustro de existencia del régimen conocido como Restauración,
Cánovas del Castillo había impulsado un sistema de turnos
de partidos a la manera inglesa, en el que los liberales y conservadores
se turnaban en el poder. Bien es verdad que ambos partidos defendían
a una sociedad burguesa que se enriquecía con la industria y con
los latifundios, mientras la mayoría de la población vivía
en el analfabetismo y la miseria.
Este régimen, cuya cima era ocupada por el rey Alfonso XII, llegado
del exilio francés en plena guerra carlista, era apoyado por supuesto
por la Iglesia y el Ejército, y en él apenas un dos por
cien de la población tenía derecho al voto. De todas formas
los caciques, por medio del encasillado y el pucherazo, se encargaban
de amañar las elecciones y evitar sorpresas desagradables a la
oligarquía dominante.
Como la mayoría de los campesinos andaluces Pernales no recibió
instrucción alguna en la escuela y a los diez años trabajaba
de cabrero con su padre en Calva, aunque dos años más tarde
ambos regresaron a Estepa. Allí, cuando no tenían trabajo
y el hambre apretaba los estómagos vacíos de la familia,
tuvieron que cometer algunos robos en los vecinos campos, lo que les llevó
a tener algún encuentro con la Guardia Civil. En alguno de estos
encuentros parece ser que el joven Francisco Ríos recibió
varios golpes por parte de los guardias que así empezaron a ganarse
un feroz enemigo.
Durante estos años de su niñez fue cuando Francisco Ríos
aprendió a leer y a escribir malamente. También trabajó
un tiempo como cuidador de caballos por lo que parecía que el camino
de Pernales se iba a enderezar y no llegaría nunca a ser el famoso
bandido. Pero al igual que otros niños andaluces empezaba a soñar
con resucitar la vieja estampa del bandolero dueño y señor
de los caminos que tenía sometidos a sus prebendas a todos los
ricos del lugar.
Estepa había sido cuna de bandoleros famosos como Juan Caballero,
el Lero, nacido el 23 de agosto de 1804, cuya vida fue una de las más
largas en la historia del bandolerismo, pues murió el 30 de marzo
de 1885. Este bandolero auténtica leyenda en su pueblo, fue capturado
pero ante la falta de pruebas fue puesto en libertad, viviendo, según
cuentan, del producto de sus robos. Publicó unas memorias escritas
en mano del escritor José María de Mena, con las que quiso
oscurecer un poco la vida de José María el Tempranillo ensalzando
la suya.
También había nacido en Estepa, trece años antes
que Pernales, Joaquín Camargo Gómez a quien el maestro de
Estepa que le enseñó las primeras letras le puso el apodo
de Vivillo, al parecer porque era bastante despabilado. Pero aunque el
Vivillo fue huésped en numerosas ocasiones de las cárceles
andaluzas, igual número de veces tuvo que ser puesto en libertad
al no encontrarse pruebas que pudieran condenarlo, aunque él reconoció
más tarde, en unas memorias que escribió, que era fundamentada
su fama como ladrón.
Incluso fue famoso este Vivillo porque ejerció como picador de
toros en las plazas de Linares y Madrid con la cuadrilla de Antonio Moreno,
Morenito de Alcalá, aunque tuvo que retirarse al no ser capaz de
aguantar las embestidas del público, que no del toro. Joaquín
Camargo, a quien se atribuye el dicho de que los alambres acabarían
con ellos, murió a los sesenta y cuatro años de edad en
Argentina, donde marchó a vivir, víctima de un veneno que
se suministró cuando murió su compañera sentimental.
El padre del joven Francisco siguió robando por los campos, y en
uno de estos robos fue sorprendido por los miembros de la Benemérita.
Uno de los guardias le golpeó en la cabeza y a consecuencia de
este golpe poco después moriría, por lo que su hijo Francisco
juró vengarse de este benemérito cuerpo.
De nuevo se torció la vida de Pernales y abandonando el trabajo
volvió a las correrías y a cometer pequeños robos,
incluso ayudó alguna vez a su tío Antonio Ríos el
Soniche, posible maestro suyo en el arte del bandolerismo. El 25 de diciembre
de 1901 se casó en la iglesia de Santa María de Estepa con
María de las Nieves Pilar Caballero, cinco años mayor que
él, con la que tuvo dos hijas, aunque años más tarde
ésta lo abandonó al parecer por los malos tratos que recibían
ella y sus hijas de Pernales.
Inició sus andanzas bandoleriles con Antonio López Martín
el Niño de la Gloria y Juan Muñoz el Canuto, a los que se
uniría más tarde Antonio Sánchez el Reverte. Comenzaron
entonces los asaltos en los cortijos y a exigir dinero a las gentes acaudaladas,
incluso tuvieron algunos enfrentamientos a tiros con los miembros de la
Benemérita lo que hizo que fuera cogiendo gran fama. Se cuenta
también que llegaron a ser apresados por las fuerzas de la autoridad
en una ocasión, pero misteriosamente escaparon.
Parece ser que en un principio se le empezó a llamar Pedernales
debido a la dureza de sus sentimientos, como así demostró
con sus hijas a las que se dice que quemó molestado por su llanto,
o violando a una mujer en el cortijo de Cazalla. Igualmente fue implacable
matando al dueño del cortijo de Hoyos, cerca de La Roda, que al
parecer había intentado envenenarlo junto a su tío el Soniche
y otro miembro de la banda. Finalmente este nombre derivó en Pernales
que es como se le llamaría desde entonces.
Solían actuar por los campos de Marchena, Puebla de Cazalla, Osuna,
La Roda, Santaella, Lucena, Morón, Ecija y todo el valle del río
Genil. El diario contacto con gañanes y gente humilde, víctimas
de injusticias permanentes, hacía que estas gentes le solicitasen
de vez en cuando alguna ayuda a lo que él no rehusaba. Incluso
solía repartir algunos cigarros y algún duro entre los campesinos
que se cruzaba por los caminos, de donde tal vez le venga la fama de repartir
el dinero entre los pobres. A cambio éstos le prometían
fidelidad y veían en él un aliado contra los ricos, un defensor
de sus derechos, además de saber que si lo traicionaban su venganza
sería terrible.
Por otra parte Pernales era un consumado jinete que sabía escapar
rápidamente a cuantas emboscadas le tienden a lomos de su caballo
Relámpago, que superaba en velocidad a cualquier otro caballo.
Sus robos consistían en solicitar a la persona elegida amablemente
una cantidad de dinero (generalmente mil pesetas) cantidad que solía
entregar, conocedora de su fama y para evitar males mayores. Estos robos
fueron en aumento y las autoridades de Madrid empezaron a preocuparse
ante sus fechorías, incluso se dice que llegó a asaltar
al gobernador de Córdoba al que en persona le solicitó mil
pesetas. Solo robaba a quien tenía dinero suficiente, por lo que
las personas humildes estaban de su parte; de esta forma en las tierras
andaluzas por donde actuaba se sentía seguro y protegido.
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El 24 de julio de 1907 Conchilla la del Pernales dio a luz
una niña, fruto de sus amores con el bandido. Este se reunió
con su novia y al parecer le pidió que marchase a Valencia, donde
se reunirá con ella más tarde, posiblemente con la idea
de partir para América, ya que aquellos aires no eran muy saludables
para él. En realidad este sería el último encuentro
con su amada.
Aún siguieron un tiempo las correrías del estepeño
con su inseparable compañero, el Niño de Arahal. Uno de
sus últimos golpes conocidos fue en Mancha Real, aunque se duda
que fuera el auténtico Pernales. Pero sus movimientos eran cada
vez más reducidos y el encuentro con los guardias iba en aumento.
Entonces decidió por fin escapar y reunirse con su querida Conchilla
en Valencia; si no lo hacía ahora luego tal vez fuera demasiado
tarde pues toda aquella zona era un auténtico hervidero de guardias
civiles. El Niño de Arahal no quiso abandonarlo y decidió
marcharse con él hasta Valencia.
La muerte de Pernales.
El bejarano Florentino Hernández Girbal nos dice en su libro Bandidos
Célebres Españoles, que Pernales y el Niño de Arahal
atravesaron entonces parte de la provincia de Jaén y el 29 de agosto
se les vio por el Puente de los Aceiteros, a cuatro kilómetros
de las Navas de San Juan, al norte de Ubeda. Sin embargo no tiene mucho
sentido los lugares por donde cuenta que pasaron después. Lo que
sí tiene más sentido y se da como probado es que a las nueve
de la mañana del sábado 31 de agosto, el guarda forestal
Gregorio Romero Henares, retirado de la Guardia Civil, se encontró
con los bandidos en las inmediaciones del puerto del Bellotar, al noroeste
de Villaverde.
Por aquí pasaba una vereda, hoy día ya perdida, que por
lo alto de la montaña venía de Villarrodrigo, en la provincia
de Jaén, y se dirigía hacia Los Picarazos, bajo el pico
de La Sarga. Este guarda forestal debió sospechar algo de estos
dos hombres que venían tan armados y que, por las ropas que vestían,
sabía de otras tierras. Enseguida se dirigió a Villaverde
y dio cuenta del encuentro con estos sospechosos al juez municipal, don
Miguel Serrano, quien de acuerdo con el alcalde decidió enviar
al alguacil Eugenio Rodríguez Campayo para dar aviso al teniente
de la Guardia Civil. Este se encontraba en el caserío de El Sequeral,
a seis kilómetros al sur de Villaverde, entre la Venta del Tabaquero
(cerca de la antigua Resinera de Cotillas) y El Parrizón.
El segundo teniente Juan Haro López, jefe de la línea de
Alcaraz, cuenta en el informe que realizó al ministro de la Gobernación
(lo que hoy sería el ministro del Interior) que informado de la
existencia de los dos sospechosos, salió en su busca con el cabo
Calixto Villaescusa Hidalgo, el guardia primero Lorenzo Redondo Morcillo,
y los guardias segundos Juan Codina Sosa y Andrés Segovia Cuartero.
En Villaverde se enteraron que los sospechosos se encontraban en el cortijo
del Arroyo del Tejo, donde se detuvieron a comer bajo la sombra de una
noguera, aunque sobre esto existen otras versiones.
Después de hablar con varias personas ya mayores que han vivido
en el cortijo del Arroyo del Tejo, éstas aseguran que sus padres
y otros vecinos que vivían allí cuando murió Pernales
les habían contado que los bandidos se detuvieron en realidad a
comer en La Casica, un pequeño refugio de pastores que hay más
arriba del cortijo anterior.
Por orden del oficial de la Guardia Civil el cabo Villaescusa y el guardia
Segovia se dirigieron por el Prado de la Rosinda hasta El Portillo y desde
aquí siguieron el camino que se dirige por Las Morricas hacia el
arroyo del Mesegar con dos prácticos (paisanos que conocían
la zona). Este camino se divide a su vez en otros dos al llegar al citado
arroyo: uno va hacia la derecha hasta el cortijo del Mesegar y otro hacia
la izquierda a Riópar pasando bajo la falda del Padroncillo. El
teniente se dirigió con los guardias Redondo y Codina hacia el
cortijo del Arroyo del Tejo con un práctico, pero los bandidos
ya se habían ido.
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